
Como empezaba el otoño y seguía el buen tiempo, pensamos que aún se podría aprovechar y teníamos ganas de estirar el veranillo, además se había convocado un encuentro familiar y allí quisimos estar para compartirlo.
Como seguíamos casi de brazos caídos, era más fácil desentendernos del norte y decidimos darnos la escapadita.
En el primer paseo por la orilla, los brazos dejaron de estar caídos y se alzaron de alegría al atardecer. Empezaban unos días para cargarnos de sur.
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