
El domingo pasado nos aventuramos a un pequeño paseo para sentir el mar. Al día siguiente descubrí que no tenía el anillo, la preocupación de lo que podía significar despertó la ansiedad buscándolo por todos los posibles rincones. El miércoles fuimos a dar un paseo a Galizano y a modo de anécdota una chica con un perro se pasó casi una hora y media con una curiosa e incómoda cantinela: "urraca... a la vista".
Luego hemos pensado que nos lanzaba un mantra que nos iluminó, pues al día siguiente todavía con la pesadumbre de la pérdida y por agotar posibilidades, aprovechando que hacia un día bonito, nos acercamos a Somo a recorrer el tramo sin mucha convicción, había que reconocer que era (im)posible encontrarlo. Pues no, sin mucho buscar, a la altura donde me había sentado aquel día, apareció, ¡allí estaba! Los saltos de contento eran incontrolados, la alegría sobrepasaba la credulidad. Después de cuatro días, en la playa, con viento, lluvia y marea, allí estaba, esperando que fuéramos a recuperarlo, con todo su simbolismo, es como sí se aprueba un vínculo que hasta de hecho lo afianza la orilla, ¡siempre mágica!
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